miércoles, 1 de julio de 2020

Las dos serpientes de la tierra del sur (Cuento basado en antigua leyenda Huilliche)

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Cuando Chile era sólo de los Mapuche, se llamaba simplemente tierra. Además de hombres y muchos animales, vivían en la tierra del sur dos enormes serpientes. Por supuesto que una era muy mala y peleadora, y la otra, muy buena, aunque también sabía pelear y defenderse. La serpiente mala se llamaba Cai Cai y dormía en el fondo del mar, en una profunda caverna. La serpiente buena se llamaba Tren Tren y habitaba las montañas más altas de la cordillera.

Los indios vivían temiendo que Cai Cai se enojara, porque entonces empezaba a mover su cola en el mar, levantando inmensas olas que inundaban la tierra y abrían cavernas y abismos. Cada año, durante las cosechas, los Mapuche apartaban las frutas más jugosas, el maíz más granado, los animales más gordos y se dirigían a la orilla del mar. Desde la punta de un cerro, el Cacique, acompañado de la Machi, gritaba: -Toma, Cai Cai, aquí va una guanaca con su guanaquito. ¡Plaf! Y por el despeñadero saltaba el agua salpicando a los Mapuche reunidos para presenciar los sacrificios. Si el mar se picaba, seguían tirando lo mejor de sus pertenencias, hasta sus propias mantas de vicuña y cueros de puma.

Un día, el pequeño Maitú se puso a llorar porque el Cacique tiró al agua su venadito regalón, su pudú. Su llanto pareció muy mal al jefe y a los indios; y también a la mamá del niño. Ella dijo: -¿Cómo se te ocurre llorar en un momento así? ¿No sabes que Cai Cai puede despertar furiosa? ¡Los indios no lloran! Maitú escondió sus lágrimas, tragándoselas de un sorbo y se quedó mirando tristemente el mar. Entonces vió que su pudú nadaba entre las olas mejor que un delfín. Cuando el Cacique se alejó con su gente, Maitú ayudó a salir del agua a su venadito y lo escondió en el bosque. Esa misma noche despertó Cai Cai con un aullido feroz: -¡Tengo hambre, tengo mucha hambre! ¿Quiero comer carne fresca de pudú! Por lo menos, Maitú creyó que eso era lo que gritaba la tremenda serpiente, moviendo las olas. La tierra también se remeció muy fuerte y todos los indios salieron arrancando de sus rucas. Maitú y su mamá corrieron hacia los cerros donde vivía la serpiente buena. Los hombres la llamaban con grandes clamores: -¡Tren Tren, sálvanos de Cai Cai! A pesar del apuro y del susto, hombres, mujeres y niños llevaban sobre sus cabezas sus cacharritos de greda llenos de maíz. Sabían que Cai Cai, al inundar sus valles, destruía las cosechas; había que salvar las semillas para sembrar cuando pasara la emergencia. Detrás de los indios iban sus perros, sus guanacos, sus pavos, sus gallaretas, sus pudúes, entre ellos el venadito de Maitú. También huían los animales salvajes, los pumas, los zorros, las güiñas, las liebres, los cururos y todas las aves de la tierra y del mar. Cai Cai iba entrando por las llanuras, nadando sobre grandes olas y los indios tenían que trepar rápido hacia las cumbres.

A todo hombre que tocaba la serpiente con su lengua, lo convertía en piedra; y a los animales los transformaba en peces. Después de mucho subir por quebradas y atravesar precipicios, llegaron frente a la caverna de Tren Tren, que estaba sumida en un hondo sueño. No la despertaron los gritos y súplicas de la multitud, ni el ruido de las patas de los animales que pasaban atropellándose sobre las escamas de su lomo. Los indios mayores observaron que Tren Tren estaba muy gorda, porque se había tragado una docena de guanacos; y cuando una serpiente está recién almorzada, no hay nada que la despierte, hasta que vuelve a sentir hambre. Cai Cai, entretanto, ya casi alcanzaba la caverna de Tren Tren, nadando sobre las aguas alborotadas. Sus amigos, los pillanes del Trueno, del Fuego y del Viento, la ayudaban amontonando nubes para que lloviera, tronara y cayeran rayos y relámpagos. Tren Tren roncaba.

Los animales escarbaban y enterraban garras y pezuñas en el lomo de la dormilona para despertarla; los indios saltaban y gemían a grandes voces; y los pájaros de la tierra y del mar daban aletazos sobre la cabeza de la serpiente. En vano, porque Tren Tren estaba ciega y sorda en su sueño. Cai Cai ya trepaba los riscos cercanos y se sentían, como un viento, sus bufidos. Daba feroces coletazos que producían derrumbes de cerros y arrancaba inmensos árboles mientras aullaba: -¡Quiero tragarme la tierra, quiero matar a mi enemiga Tren Tren y comérmela a pedacitos! Maitú temblaba abrazado a su pudú. Y el tiritón se transmitía de indio a indio, de animal en animal, de pluma a pluma. ¿Cómo despertar a Tren Tren? De pronto, del grupo de madres afligidas se escapó una niñita, Rayén, que también estaba asustada pero se cansó de tener miedo y se puso a jugar. Caminando sobre el lomo de Tren Tren, llegó junto a uno de los ojos de la serpiente, inmenso, inmóvil como un lago verde; porque las serpientes no tienen párpados y duermen con los ojos abiertos. Rayén se reflejó como en un espejo y se distrajo, mirándose. Y empezó a hacer morisquetas y a bailar. Viendo que la niñita dentro del ojo hacía lo mismo que ella, a Rayén le dió risa y sus carcajadas resonaron en la gruta más fuerte que los llantos y gemidos.

A Tren Tren nunca le habían gustado las lágrimas ni las quejumbres y sí le encantaban las risas y la alegría. Muy lejos primero, Tren Tren oyó las carcajadas de Rayén. Luego, con su ojo, el que servía de espejo, vio borrosamente la figura que bailaba, hasta que ya bien despierta se dio cuenta de que era una alegre niñita india. Entonces la serpiente buena también rió y su risa fue un verdadero insulto para Cai Cai y los Pillanes. De pura rabia, la mala serpiente cayó cerro abajo y los Pillanes se sintieron empujados hasta el fondo del cielo por las divertidas carcajadas de Tren Tren. Sobre el lomo estremecido de risa caían patas arriba los animales y pies al cielo los hombres. Y por la caverna, las aves de la tierra y del mar volaron perseguidas por los alegres ecos. Rayén se sujetó entre las arrugas que tenía Tren Tren cerca de sus ojos y ambas pasaron un rato muy agradable. Pero el placer fue corto: Cai Cai volvió a la carga aún más furiosa y partió la tierra sembrando el mar de islas.

Los Pillanes la apoyaron desde el cielo con truenos tan sonoros y largos, que parecía que mil carretas se daban vuelta echando a rodar piedras entre las nubes. Tren Tren se enderezó, haciendo caer al suelo de la gruta a todos los que tenía sobre el lomo, incluso a Rayén y Maitú. La gente y los animales se arrinconaron porque el momento de la gran batalla se aproximaba. Cada hombre pedía perdón por lo malo que había hecho en su vida, para que la fuerza buena de Tren Tren tuviera más poder. Maitú y Rayén quedaron juntos, separados solamente por el pequeño pudú. Y empezaron a hacerse amigos. Cai Cai hizo subir aún más el agua y casi sumergió la montaña donde habitaba su enemiga; pero Tren Tren arqueó el lomo y con la fuerza de los doce guanacos que tenía en el estómago, empujó hacia arriba el techo de la caverna y la montaña creció hacia el cielo.

Cai Cai y los Pillanes siguieron juntando agua y así Tren Tren empujó muchas veces el lecho de su caverna hasta que la montaña llegó cerca del sol, por encima de las nubes, donde ni los Pillanes ni la serpiente mala podían alcanzarla. Y desde la misma cumbre, Cai Cai y sus servidores cayeron al abismo y se aturdieron por miles de años. Tren Tren, satisfecha, se echó a dormir en la altísima gruta, con sus ojos de lago verde. Tímidamente los indios y los animales se acercaron al borde del abismo para mirar los valles y vieron que todo estaba lleno de agua hasta donde se perdía la vista. Como estaban muy cerca del sol, la cabeza se les quemaba. Entonces tomaron sus cacharritos de greda y se los pusieron de sombrero, luego de amontonar el maíz que habían traído. Pasó mucho tiempo antes que el agua bajara, volviendo al mar. Maitú y Rayén se hicieron amigos, caminando y saltando por las cimas de los cerros. Los Mapuche y los animales vagaban de cumbre en cumbre buscando qué comer. Las mujeres y los niños sembraron el maíz que habían traído en los lugares más protegidos y tuvieron cosechas que les permitieron alimentarse.

Cada día el agua bajaba un poco, hasta que después de muchas lunas, todos pudieron volver a sus antiguas llanuras, seguidos de sus animales. Desde entonces, ambas serpientes duermen, la buena en la montaña, la malvada en el mar. A veces Cai Cai tiene pesadillas y aparece una isla en el océano o se estremece un poco la tierra. Pero de saberse, nadie ha vuelto a verlas por las tierras del sur. 





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